2 Corintios 1:3-5: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación."
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| El Dios de toda consolación | 
¿Podemos bendecir a nuestro Señor Jesucristo?
El apóstol Pablo nos recuerda que Dios es digno de ser bendecido porque Él es el Padre de misericordias y el Dios de toda consolación. No hay carga ni tristeza que Él no pueda aliviar. Su amor se derrama sobre nosotros y nos invita a responder con gratitud y obediencia.
Dios nos consuela para consolar
El consuelo de Dios no es solo para nosotros mismos; es un recurso que debemos compartir con los demás. Cuando apoyamos al hermano o a la hermana en necesidad, ya sea con oración o ayuda material, estamos participando del plan de Dios. La oración es el arma más poderosa porque mueve el corazón del Señor y abre puertas de bendición.
¿Quién me consuela si no Dios?
El verdadero consuelo viene de lo alto. El Señor está en nuestra vida como el aire que respiramos y como la luz que nos rodea. Jesucristo, quien entregó su vida en la cruz y ocupó nuestro lugar, permanece pendiente de cada uno de nosotros, llenándonos de paz aun en medio de las pruebas.
La abundancia de aflicciones y consolación
Aunque las aflicciones en Cristo abundan, también abunda la consolación. Esta es la promesa: no importa cuán grande sea el dolor, la gracia y el consuelo de Jesús siempre serán mayores.
2 Corintios 1:3-5 nos invita a mirar al Señor como la fuente inagotable de misericordia, a confiar en su cuidado y a ser instrumentos de consuelo para quienes más lo necesitan.
 
 
   
   
   
 
 
 
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